El miércoles, volviendo de Barcelona, viajando en el AVE, me sentí un ‘bicho raro’: el vagón abarrotado, hombres y mujeres de negocios, mucha corbata y tacón alto. Y, por encima de todo, ordenadores portátiles, notebooks, tabletas, smartphones,… Pero ni un solo libro en papel, ni un solo periódico. Tan sólo una revista, un ejemplar del National Geographic, pero que ni siquiera fue abierto durante el viaje. Y algún ebook, pero pocos, muy pocos. La pasajera justo delante de mí, rizaba el rizaba: dos Blackberries.
Todo este ecosistema hipertecnológico, digital y repleto de coltan contrasta con mi ‘equipaje’: un libro, un diario –en papel, por supuesto- y un reproductor de música. Parece que esté desactualizado, anticuado y que viva al margen del universo 2.0. No es así. Me encantan las redes sociales y la tecnología que nos hace la vida más fácil. Soy blogger y twittero, en el trabajo y fuera de él.
Pero por encima de todo me encanta el tacto de papel, su olor. Me encanta ese pequeño tesoro, ese gran amigo y acompañante en el que se convierte un periódico o un libro, el que sea, una novela de aventuras, un best seller de tintes históricos, una biografía, un ensayo, un clásico… La capacidad de análisis, reflexión y profundización que ofrecen las páginas de un libro o un diario en papel jamás podrá ser alcanzada por las ideas resumidas en 140 caracteres que nos bombardean 24 horas al día ni por la lista de titulares que consultamos a través del smartphone.
Libros que, a muchos kilómetros de nosotros, son, además, una puerta a la esperanza, a una educación que dota a las comunidades del Sur del impulso necesario para promover su progreso, para avanzar en su desarrollo y en la mejora de sus condiciones de vida. ‘La libertad está escondida en un libro escolar’, como dijo James Douglas Morrison Education for all. Books for all!
Rubén González
Departamento de Comunicación