Crisis, crisis, crisis, no hablamos de otra cosa. Cada vez que abro el periódico o enciendo la televisión me encuentro con conceptos como prima de riesgo, agencias de calificación, deudas soberanas o diferenciales que me hacen sentir como si fuera de otro planeta. Y quizá lo sea. Si bien son conceptos que me hacen recordar que debería atendido más en las clases de economía, por otro lado tengo la sensación de que es una especie de lenguaje en código que utiliza un grupo de llámese individuos o instituciones para perpetuar nuestra ignorancia. Y la ignorancia es muy atrevida.
Tanto es así que hoy en día estos magos del lenguaje son los mismos que siguen sin darnos una explicación convincente sobre cómo es posible que viviendo en un planeta con recursos suficientes para el total de la población existan 1.000 millones de personas que nacen y mueren en la pobreza. Analizándolo, es un secreto a voces: no deja de ser una cuestión de voluntad porque poco nos importa lo que pasa a 10.000 kilómetros de casa siempre y cuando no afecte a nuestro modus vivendi.
Algunos tenemos la oportunidad de constatar situaciones de extrema pobreza en países en desarrollo gracias a nuestro trabajo y, al menos en mi caso, cuando vuelvo a casa me entra una sensación que mezcla la rabia, la decepción y la frustración. Un conjunto de sensaciones negativas fruto de saber que hay muchas personas que desearían una crisis financiera y temporal como la nuestra porque la suya es endémica y permanente.
Las crisis que viven las comunidades del Sur no suponen tener que comprar la marca blanca del supermercado o renunciar al pescado fresco, suponen la muerte de los más pequeños por no tener una mosquitera que cuesta 10 euros, tener que andar 15 kilómetros para conseguir agua o no poder ir al colegio porque hay que trabajar en el campo. Sin ánimo de herir susceptibilidades, estoy hablando de justicia social, de que no se puede permitir que millones de personas pasen hambre, de que no se puede permitir que los más pequeños mueran por una diarrea o de que no se puede tolerar que una mujer muera en el parto de su bebé por no tener asistencia sanitaria. De modo que animo a ampliar nuestra conciencia, a dejar de mirarnos el ombligo y empezar a buscar soluciones locales a problemas globales.
Vanessa Gutiérrez
Departamento de Proyectos